Vivir en una gran ciudad ofrece muchas ventajas, pero también algún inconveniente que otro. Y es que, pues eso, la ciudad es grande. El tamaño de Londres es además grande por partida doble: no solo es la ciudad más poblada de Europa, sino que es también muy amplia en extensión. En esto influye que se han conservado una amplia mayoría de las construcciones residenciales de la época Victoriana (1837-1901) y del comienzo del siglo XX, cuando la ciudad creció exponencialmente. Estas edificaciones son generalmente casas de dos plantas con un jardín adyacente, lo cual obliga a ocupar más terreno que con los edificios altos que predominan en otras grandes ciudades. Y además nadie quería renunciar a tener un espacio abierto cerca del domicilio, con lo que existen numerosos y amplios parques en cada distrito londinense. 

Así es que esa visita al teatro, a un museo, o a tomar una pinta con tus amigos requiere de algo de paciencia y fuerza de voluntad para enfrentarse al trayecto que le precede. ¡Y quévamos a decir si se trata de ir al trabajo! Pocos son en realidad los privilegiados que residen en la misma zona en la que trabajan. El resto nos vemos obligados a empezar el día haciendo uso del transporte público para llegar a nuestro centro de trabajo, y en las horas de máxima afluencia del gentío (peak hours). Esta peregrinación colectiva cotidiana es lo que en inglés se define como commuting, que significa literalmente eso: el desplazamiento periódico de la residencia de uno al trabajo. 

El transporte público de Londres se organiza en un sistema de zonas que va desde el núcleo central (zona 1) hasta un total de seis zonas que se extienden en aros concéntricos hasta el límite marcado por la autopista M25, la que define el área de lo que es conocido como el Greater London(el Gran Londres). El precio del transporte, nada barato, por cierto, depende naturalmente de cuántas zonas uno necesite atravesar para llegar a su destino. Curiosamente, cada vez son más numerosos los commutersque, buscando un mejor equilibrio entre la vida rural y la urbana, viajan diariamente desde más allá de la M25, pagando por este retiro semi-rural una contrapartida no solo monetaria, sino en horas invertidas. Esto implica renunciar en mayor grado de la profusa vida social londinense, pero ofrece claras ventajas a aquellos que quieren criar niños en un ambiente más relajado.

El núcleo central de Londres aglutina la mayor parte de los puntos de interés turístico y de los teatros de la ciudad y, por eso, acoge a la gran parte del turismo de la ciudad. Es más, me atrevería a decir que pocos son los turistas que salen de esta zona, a pesar de que hay mucho que ver y más aún que disfrutar fuera de tan concurrido centro. Uno asume ya que caminar por Oxford Street o Trafalgar Square significa hacerse paso entre una marabunta de personas que deambulan sin la premura de los habitantes locales, esos a los que uno distingue por moverse raudos de recado en recado. 

El centro de Londres es también el principal destino de trabajo, donde se encuentran oficinas y negocios. Pero no es tanto una zona residencial, y las pocas viviendas que se encuentran en el centro tienen además rentas muy elevadas, lo que obliga a la gran mayoría de habitantes a buscar residencia en zonas algo más alejadas. Desde mi llegada a la ciudad en 2001, siempre he vivido en el suroeste, en la zona 2; primero porque estaba allí la universidad donde estudiaba y luego porque, bueno, uno se acaba acostumbrando a la zona y ya no se le hace extraño mudarse a una zona distinta. Además, tengo la suerte de estar cerca de Greenwich, lugar que da nombre al famoso meridiano y aloja el Cutty Sark, y de Blackheath, un bonito poblado con grandes extensiones de parque. 

Mi trabajo, como el de muchos, se encuentra en la City of London, la antigua zona fortificada de la ciudad. Aquí está el corazón financiero del Reino Unido y también mi más humilde escuela de ballet (Central School of Ballet), donde toco el piano para futuros profesionales del baile. Así que me toca un desplazamiento diario de unos 45 minutos en cada sentido. La verdad es que no creo que estuviese dispuesto a hacer tal desplazamiento si viviera en Asturias. ¿Se imaginan tener que ir de Avilés a Ribadesella y vuelta todos los días? Seguramente habrá quien tenga que hacer tal desplazamiento, no digo que no; pero la diferencia es que aquí lo raro es el que haya alguien que no lo tenga que hacer.

Al final uno se acaba acostumbrando, de tal manera que ya ni te planteas cuánto tiempo se tarda en llegar a los sitios. A veces pienso para mí que en el tiempo que me ha llevado ir a casa de esos amigos que viven en Hackney me podría haber ido a León a tomar el vermut. Y entonces es cuando ciertamente pones las cosas en perspectiva y te mareas y todo.

La red de transporte público de Londres es como una gran tela de araña que conecta todo el territorio mediante diversos trenes, autobuses y el metro más antiguo del mundo. A modo de curiosidad, el término metro es un apócope de metropolitan, el nombre de la primera línea de tren subterráneo que conectaba diversos puntos de la Cityy que aún existe a día de hoy. Mientras que las líneas de metro no van más allá de los confines de la M25, muchas líneas de tren vienen de otras ciudades y van recogiendo más y más pasajeros cuanto más se aproximan al centro de Londres. La imposición de la Congestion Charge, la tasa por circular por el centro de la ciudad en coche, y el precio de los aparcamientos también han tenido un efecto disuasorio, aunque lo cierto es que el habitante de Londres ya estaba más que acostumbrado a usar el transporte público para llegar al corazón de la ciudad.  No es de extrañar pues que, en determinadas horas, coger un tren o un metro implique riesgo de asfixia o aplastamiento entre tal aglomeración de extraños que no hablan ni contigo, ni entre ellos. ¡Y ni soñar con encontrar un asiento! Esos ya se los han agenciado los que vienen de lejos, muy lejos. ¿Saben qué? Que me voy a trabajar en bici, aunque esta otra historia me la guardarépara otra ocasión.       

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